jueves, 25 de agosto de 2011

Vacaciones 2011. 14-15 de julio: Cuenca












parking del auditorio



Partimos a mediodía, rumbo a Cuenca. Un viaje sin incidencias y sin prisa. Al llegar a Cuenca nos dirigimos al Camping el Pinar, en el Pinar de Jabaga. Habíamos decidido entrar en un camping para que las niñas volvieran a disfrutar en la piscina y no soportar el calor que hacía. Primera sorpresa. El camping estaba cerrado al publico.




Decidimos entonces ir al Camping Caravaning Cuenca. Al llegar allí nos informan de que el precio por noche nos sale por unos 30 auros y que si solo es para una noche debemos abandonar el camping antes de las doce, como en todos. La sorpresa (aparte del precio) es que la piscina cuando llegamos (a eso de las siete) ya está cerrada y al día siguiente no abre antes de las doce, así que no podríamos darnos ni un chapuzón. Con ese panorama decidimos ir a dormir a Cuenca. Pasamos de piscinas!





Ya en Cuenca nos dirigimos al parking que hay junto al Auditorio. Esta cerrado con unas cadenas y dentro había alguna furgoneta, pero ni una autocaravana a la vista.









Estuvimos a punto de irnos a alguna calle de Cuenca que habíamos visto al pasar, donde había un parque enorme (así que acudimos al día siguiente para regocijo de las crías) y mucho sitio para aparcar, pero al final, mi padre, investigando, descubrió que en le parking subterráneo había alguien cobrando. El encargado nos indicó que quitáramos la cadena y aparcáramos, que su compañero ya pasaría a cobrarnos por la noche. Así lo hicimos y ocupamos una plaza enorme con vista al casco antiguo.









Paseito para abrir el apetito y descubrir una zona preciosa que tendríamos que ver al día siguiente, pues la hora de cenar se acercaba y las peques ya estaban cansadas. Aún así, después de cenar nos fuimos a dar un paseo por el centro, pero al ser un día por semana no había nadie, ni casi nada abierto. Decidimos dejar las visitas para el día siguiente y nos fuimos a dormir. Del vigilante, ni rastro.







A la mañana siguiente mi padre se acercó a la oficina de información turística que está allí mismo, en un extremo del parking y le indicaron el parking del Castillo, con unas vistas increíbles de la ciudad y gratuito. En ese mismo momento apareció el vigilante y le dijimos que queríamos salir (seguían las cadenas) y le seguimos para que nos cobrara. Nuestra sorpresa fue que nos cobró la parte proporcional desde las 9 de la mañana a las 10.30 mas o menos . Osea, unos 50 céntimos. La noche que pasamos fue regalada.






El parking del Castillo está en lo mas alto, después de pasar el ayuntamiento, las iglesias y todos los monumentos del casco antiguo. Es una explanada muy grande, donde paran los autobuses y el tren turístico. Allí también hay una oficina de información turística, aunque la persona que nos informó de donde estaba la fuente, de que podíamos dormir allí tranquilamente, sin problemas de multas, etc, fue un amable barrendero.














El lugar es inmejorable para ver todo lo que hay que ver en la zona antigua de Cuenca. Nosotros bajamos andando y descubriendo los rincones, las callejuelas que nos conducían a vistas preciosas y edificios curiosos. Llegamos al ayuntamiento donde echamos un ojo a sus tiendas. Fuimos a ver las casas colgantes (sorprendente que se la conozca por sus casas, cuando solo son dos) y también aprovechamos para comprar pan y un dulce de membrillo con nueces que estaba para quitarse el sombrero. Para volver al parking cogimos el autobús, que nos costó unos céntimos (creo recordar que 20 por persona) y nos ahorro una buena caminata cuesta arriba.






Sin embargo, el parking también tiene una parte mala y es que de noche es un lugar de botellón y de reunión para la juventud. Cuando volvimos de nuestro paseo descubrimos que en el parking, según se llega a mano izquierda, había coches con los maleteros abiertos, la música alta y preparados para hacer fiesta. Así que decidimos movernos y colocarnos en el lado derecho, justo donde termina el parking y junto a la fuente y los bancos. Error. La policía vino a hacer su ronda y los chavales que iban a hacer el botellón desaparecieron por arte de magia. Sin embargo, nuestro lado fue sitio de reunión de juventud, que ocuparon los bancos y se pusieron a contar batallitas y anécdotas hasta las tantas de la madrugada. Así, hasta bien entrada la noche tuvimos compañía y escuchamos risas y conversaciones. Eso sí, nada fuera de tono, ni gritos, ni borrachos. Muy llevadero. Si hubiéramos querido podríamos habernos movido y alejado de las charlas, pero como no molestaban demasiado, preferimos quedarnos y dormir a pierna suelta.



















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